Quejas

Escrito el 27/11/2023
Mario Fernandez


Hermanos, no se quejen unos de otros, o serán juzgados. ¡Pues miren, el Juez ya está a la puerta! Amados hermanos, tomen como ejemplo de paciencia durante el sufrimiento a los profetas que hablaron en nombre del Señor.” (Santiago 5:9–10, NTV)

 

Este tema de la queja,  también es en gran medida mencionado  4:11–12. Encontramos en ambos textos los mismos énfasis: una exhortación en contra de las murmuraciones y quejas entre hermanos precede a una advertencia acerca de la proximidad del juicio. La diferencia entre estos dos textos se ve principalmente en la segunda parte de cada uno: en 4:11–12, Santiago establece el carácter exclusivo del juicio divino; en 5:9, afirma su inminencia. En cambio, las primeras partes son prácticamente iguales:

Hermanos, no habléis mal unos de otros (4:11).

Hermanos, no os quejéis unos contra otros (5:9).

La colocación de 5:9 en este punto se justifica por lo siguiente: los ricos ya han sido advertidos de una manera muy fuerte acerca de lo que se les vendrá encima cuando el Mesías vuelva; para ellos, la parusía será “día de degüello o matanza de acuerdo a la version” (5:5), porque “han atesorado para los días del fin” (5:3) y sus injusticias han “llegado a oídos del Señor de los ejércitos” (5:4). Pero los pobres, antes de alegrarse a causa del juicio que viene sobre los ricos, deben examinar sus propios corazones, porque ellos también tendrán que rendir cuentas en aquel día. Si la injusticia solo les ha provocado un espíritu de queja y murmuración, también serán juzgados.

 

La venida del Señor ha de avivar en ellos la esperanza e inspirarles paciencia, pero también debe infundirles un reverente temor y fomentarles aquella conducta y aquellas actitudes que no serán motivo de vergüenza cuando él aparezca.

 

 

La queja se relaciona estrechamente con la falta de paciencia en medio de injusticias (5:7–8); es decir, nuestro versículo encaja perfectamente en el contexto. La persona sometida a sufrimientos suele responder buscando motivos para poder murmurar contra ellas. Pensemos en la reacción de los hijos de Israel ante la larga duración de la travesía del desierto: En el camino, el ánimo del pueblo se impacientó. Entonces el pueblo habló contra Elohim y contra Moisés (Números 21:4–5).

 

El sufrimiento, especialmente si se debe a claras injusticias, produce malestar y, muchas veces, ese malestar lleva a una irritabilidad no necesariamente dirigida contra los causantes del sufrimiento, sino incluso contra inocentes: nuestra familia o nuestros amigos o los hermanos en Cristo. Con esta clase de reacciones, la iglesia local puede convertirse en un lugar desagradable, lleno de amargura, queja y resentimiento, en vez de ser un remanso de paz, del gozo de la salvación y de la esperanza de gloria. Dicho con otras palabras, la murmuración es la contrapartida de una falta de paciencia y fe. Si mengua nuestra esperanza a causa de la opresión y la injusticia, en vez de seguir confiando en el Señor, nos entregaremos a la queja.

Si no respondemos correctamente ante estas exhortaciones, tengamos mucho cuidado. La murmuración nos coloca en la misma situación que los opresores: seremos juzgados igual que ellos. La frase no os quejéis para que no seáis juzgados nos recuerda la advertencia de Jesús: “»No juzguen a los demás, y no serán juzgados.” (Mateo 7:1, NTV) “Tal vez crees que puedes condenar a tales individuos, pero tu maldad es igual que la de ellos, ¡y no tienes ninguna excusa! Cuando dices que son perversos y merecen ser castigados, te condenas a ti mismo porque tú, que juzgas a otros, también practicas las mismas cosas.” (Romanos 2:1, NTV) “Pero yo digo: aun si te enojas con alguien, ¡quedarás sujeto a juicio! Si llamas a alguien idiota, corres peligro de que te lleven ante el tribunal; y si maldices a alguien, corres peligro de caer en los fuegos del infierno.” (Mateo 5:22, NTV)

 

Este podría ser nuestro caso. La queja contra otros podría indicar que, en el fondo, no creemos que Cristo. No estamos esperando con paciencia. Si, cuando vuelva, nos encuentra con este espíritu quejumbroso, quizás no sea para vindicarnos ante nuestros opresores, sino para condenarnos juntamente con ellos.

 

El Juez viene, ¿y qué le diremos si el tiempo de nuestra espera se ha caracterizado no por la fe y la paciencia, sino por la queja y la murmuración? En principio, los malos de esta sección de la epístola son los ricos, y Santiago les ha hablado con una merecida dureza. ¿Pero qué de los pobres, sus víctimas? ¿Acaso están ellos exentos de culpa?

 

Aquí pone como ejemplo a los profetas. Ellos tuvieron que “hablar en nombre del Señor”, comunicando al pueblo de su generación mensajes que habían recibido de Dios. Sería de suponer que, teniendo un ministerio tan importante y sagrado, habrían sido tratados con sumo respeto y veneración. Pero, al contrario, tuvieron que soportar toda clase de maltratos.

 

Todas estas situaciones sirven de ejemplo para nosotros, de estímulo a nuestra perseverancia en la fe y en nuestros ministerios aun en medio de la adversidad. Los profetas son testigos del poder sustentador y protector de Dios. Dan fe de que vale la pena seguir adelante:

También nosotros, teniendo alrededor nuestro una tan grande nube de testigos, desprendiéndonos de todo peso, y del pecado que nos asedia, corramos con paciencia la carrera que nos es puesta delante (Hebreos 12:1).

 

Bienaventurados sois cuando os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros por causa de mí. Alegraos y gozaos, pues vuestro galardón es grande en los cielos, porque así persiguieron a los profetas antes de vosotros (Mateo 5:11–12).