Convertir el Agua en Vino

Escrito el 06/06/2021
Iglesia En Olivos


Es apropiado que Cristo nos diera una de las mayores lecciones sobre el matrimonio a través de algo que hizo en una boda. Si usted ha pasado cierto tiempo en la iglesia o estudiando la Biblia, probablemente esté familiarizado con la boda en la que Jesús convirtió el agua en vino. Este famoso milagro nos brinda una variedad de lecciones sobre la fe, la confianza y la elección del momento oportuno.

 

 Pero algo nuevo me saltó a la vista hace poco, cuando estaba predicando sobre este pasaje del evangelio. Insinuado entre las conversaciones y las circunstancias de esta ceremonia de casamiento hay un principio crítico para las parejas del reino. Para proveer algo de contexto, las bodas en los tiempos bíblicos eran acontecimientos sociales monumentales. A diferencia de la actualidad, donde nos enfocamos en una ceremonia en la tarde o en la noche, luego una recepción y después arrojamos un poco de arroz y lo damos por terminado, estos casamientos históricos duraban una semana.

 

Las personas viajaban grandes distancias para participar en ellos, y ponían sobre los padres de la novia no solo la responsabilidad de celebrar una gran ceremonia, sino también de dar una fiesta espectacular durante un extenso período de tiempo. Había comida, música, risas y, desde luego, vino.

 

Pero en esta boda en particular, registrada en Juan 2, los anfitriones se encontraron con algo inimaginable. El vino se había secado, literalmente. No había más. ¡Quémanera de arruinar la fiesta! Ese hecho estaba a punto de ensombrecer lo que se suponía debía ser un acontecimiento festivo. Fue entonces que la madre de Jesús decidió hacer algo al respecto. Se acercó a su Hijo y le dijo: «Se quedaron sin vino» (versículo 3). Traducción: «Muchacho, ¡haz algo! Yo sé quién eres tú». Es como si la madre de Clark Kent le hablara al oído a su hijo en un momento de crisis y le dijera: «¿No sería esta una buena ocasión para buscar una cabina telefónica?».

Aparentemente, a Jesús no le cayó bien que su mamá le dijera qué hacer en cuanto a su deidad, así que respondió: «Apreciada mujer, ese no es nuestro problema. [...] Todavía no ha llegado mi momento» (versículo 4). Traducción: «Relájate, esto no tiene que ver con nosotros». Pero tal como haría cualquier buen hijo, después de que Cristo se encogió de hombros ante el pedido de su madre, de todos modos fue y se ocupó de la situación. Nada de lo que dijo le habría dado a su madre la impresión de que iba a hacer algo; por lo tanto, quizás fue de manera no verbal, un parpadeo de los ojos o un suspiro en su voz cuando le dijo que todavía no había llegado su momento. Sea lo que fuera, ella supo que su Hijo iba a encargarse de la situación, porque lo próximo que le dijo a los sirvientes fue: «Hagan lo que él les diga» (versículo 5). Esa es una frase importante. También es una declaración que suele pasar desapercibida e ignorada en nuestra vida cotidiana. Seguro, nosotros entendemos que María, la madre de Jesús, les dijo a los sirvientes que hicieran todo lo que Jesús les pidiera.

 

Pero si tuviéramos que aplicar su recomendación a nuestra vida y a nuestro matrimonio, ¿cuánto mejoraría nuestra situación? Un matrimonio del reino próspero puede reducirse a esa frase: «Hagan lo que él les diga». Aunque eso es, fundamentalmente, lo que quiero dejarles ahora que estamos finalizando este tiempo juntos, hay algo más. Al seguir leyendo Juan 2, vemos que Jesús envió a los sirvientes a llenar con agua las seis tinajas de piedra. No sé qué opine usted, pero parece algo ridículo pedirle eso a alguien que se ha quedado sin vino.

 

Me pregunto qué pensaban los siervos mientras e dirigían al pozo para llenar con agua las tinajas vacías. Seguramente sabían que su amo quería darles vino a sus invitados. Pero, según lo que María les había indicado que hicieran, fueron. En algún punto entre el pozo y el maestro de ceremonias, el agua se convirtió en vino. Tampoco fue un vino cualquiera, porque el maestro de ceremonias exclamó ante el novio: «Un anfitrión siempre sirve el mejor vino primero [...], y una vez que todos han bebido bastante, comienza a ofrecer el vino más barato. ¡Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora!» (versículo 10). En otras palabras, era costumbre servir el mejor vino al principio, cuando la mente de las personas todavía estaba espabilada y sus papilas gustativas estaban despejadas. Después de beber un rato, los sirvientes sacaban el vino más barato. Pero cuando Jesús hizo este milagro, su vino superó todos lo demás.

 

De la misma manera, cuando Dios hace una obra sobrenatural en su matrimonio, respondiendo a que usted actúa en fe y hace todo lo que él dice que haga, hasta las cosas que ahora parecen vacías estarán llenas de algo mejor de lo que esperaba, y algo más agradable de lo que pudiera haber imaginado. He aconsejado a suficientes parejas como para saber que muchas de las personas más solitarias que hay en este mundo usan un anillo de matrimonio en el dedo. Su relación se siente vacía, sin una sola gota de esperanza de que las cosas mejoren.

 

Maridos y esposas están desgastados, exhaustos, vacíos. Pero, a pesar del vacío o de la carencia que pueda usted sentir en su matrimonio, quiero que haga una cosa: llene ese vacío con agua. Llénelo con eso a lo cual tiene acceso, aunque no parezca que lo que hace vaya a cambiar algo en absoluto. No espere a que su cónyuge lo llene. Vaya usted al pozo y meta el agua de vida en su relación vacía. El agua es una fuente de vida; entonces, cualquier cosa que usted pueda hacer para nutrir su matrimonio, hágala ahora. Usted podría estar diciendo: «Pero, Tony, mi esposo no satisface mis necesidades. Él nunca está. Él ya no me habla».

 

La escucho y entiendo. Pero llene ese vacío con agua. Haga lo que pueda para dar vida donde pueda.

 

O podría estar pensando: «Tony, ella siempre está con los niños o está ocupada con sus actividades. He perdido a la mujer de la que me enamoré. Ya no me respeta ni satisface mis necesidades». Eso también podría ser verdad. Pero llene ese vacío con agua. El agua no se transformó en vino hasta que las tinajas vacías fueron llenas. Esa fue la condición de la que dependía este milagro. Los siervos tuvieron que ir al pozo y hacer algo ridículo. Tuvieron que hacer lo que nadie en su sano juicio habría pensado que produciría vino. Pero de todas maneras lo hicieron porque eso es lo que Jesús les dijo que hicieran. A veces, Dios nos pide que hagamos algo ridículo en nuestro matrimonio con el fin de mostrar nuestra fe en él. Es posible que en este mismo momento usted guarde amargura y resentimiento contra su cónyuge; pero llene esa relación con amor: con actos premeditados de paciencia, amabilidad y bondad. Muérdase la lengua y ofrezca su amor. Dios transformará su fe en vino.

 

En la Biblia, el vino es un símbolo de gozo. Lo que Jesús hizo en la boda fue convertir el vacío en gozo. Cristo le dijo a su madre que su momento todavía no había llegado. No hizo este milagro para el público; nadie se enteró siquiera (además de los sirvientes y de su madre). Ni el maestro de ceremonias tenía idea de dónde provenía el vino, como vimos en la reacción que tuvo con el novio cuando probó el vino. Sin embargo, Cristo hizo el milagro, y hará lo mismo por usted.

 

Cuando dedica un tiempo a solas con el Señor para indagar qué quiere él que usted haga tras bambalinas, él puede traer gozo donde hay carencia. Preséntele al Señor todas las quejas que hace en público sobre su cónyuge, todas las discusiones públicas con sus amigos y aun los hechos públicos que dejan ver a los demás el vacío de su matrimonio, y pídale que sane su relación. Si las parejas pasaran la misma cantidad de tiempo orando por su cónyuge que la que dedican a quejarse, a discutir, a regañarse y a exigir, tendrían los matrimonios animados y abundantes que Dios planeó para ellos. Pero ¿cómo puede usted escuchar lo que Cristo quiere que haga por encima del ruido de su propio conflicto o dolor

 

Si quiere saber mas de este tema descargar el libro Un matrimonio del reino, por Tony Evans


Un matrimonio del reino Tony Evans